Mañana es mejor

La década del 90 en Argentina no solo tuvo «pizza y champagne».

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El recordado 1 a 1 de Cavallo.

Ningún acontecimiento significativo en la historia de la Humanidad se dio porque sí, no surge como resultado de fuerzas ocultas o por extrañas combinaciones de alquimia que se conjugaron para dar paso a un evento fundante en el devenir de una sociedad. Siempre hay un alrededor, un caldo de cultivo, un teatro de operaciones, en el cual se conjugan las distintas fuerzas sociales, culturales, políticas, económicas, artísticas, para dar nacimiento a un hecho, a un movimiento, etc.

Ese “animal racional”, definición aristotélica, que es el hombre, se forma y conforma a partir de su interrelación con el contexto, sobre todo con el ámbito identificable como el mundo humano. La construcción y elaboración de sus manifestaciones van apareciendo y gestándose a partir del proceso por el cual el individuo se constituye como un ser social, en contacto con el medio que lo rodea y que, a su vez, lo proyecta hacia la interrelación con sus congéneres.

Es imposible no tener en cuenta el grado relevante que ocupa en este proceso el lenguaje. Somos seres de palabras, en un contexto en el que cada cosa tiene una designación, un concepto. El mundo del ser del hombre es un dominio producto del lenguaje, un hábitat en el que cada una de sus cosas constitutivas, nos habla de sí a partir de la identificación lingüística que el sujeto le otorga.

En Argentina, la década del 90 estuvo marcada por un sin número de acontecimientos que modelaron la sociedad a gusto y paladar de aquellos que ostentaron el poder en aquellos años. Para Foucault, el poder es una relación asimétrica que está constituida por dos entes: la autoridad y la obediencia, es una situación estratégica que se da en una determinada sociedad: el poder incita, suscita y produce.

Interpretando a Foucault, debemos basarnos en que constantemente somos actores protagonistas de la resistencia en la cual el poder nos encasilla, ejercerlo o ser mandados.

¿Qué ocurría con nuestro rock en aquellos 90? Ese rock nuestro que tuvo y tiene tantas denominaciones, etiquetas, rótulos, para nombrar y definir lo que es un género que nace a partir de la osadía de aquellos viejos pioneros que a fines de los 60 creyeron que era posible hacer música beat en castellano sin que sea “grasa”, esos precursores que apostaron a la idea de que una canción puede cambiar al mundo, aunque suene utópico.

La evolución de la “Música Contemporánea Argentina”, calificativo con el que se identificó al movimiento en los terribles años de plomo, fue por demás notable. Los viejos hippies crecieron a fuerza de verse cara a cara con el monstruo de turno, y acá Foucault nos vuelve a gritar en la cara. Su propuesta se jugó la vida literalmente, sus declaraciones adquirieron nuevos lenguajes, su poesía fue cruda y visceral, en algunos casos, más metafórica y volada en otros. “Los milicos jamás entenderán una metáfora” decía Spinetta allá por los 80.

Pero en los años 90, aquel monstruo había desaparecido, por suerte y esperemos que para siempre, de nuestro horizonte. En esa sociedad noventosa con dólares para todos, la banalización del movimiento se entronó a sí misma, se postuló y se autonombró como reina de una comarca en la cual todavía se levantaban en armas los viejos próceres.

El modelo político reinante era peronista, y el económico era neoliberal. El modelo político posibilitó la reelección de un gobierno sumamente corrupto y deshonesto, que llevó a este país a la catástrofe con su mentirosa e injusta economía. Las clases baja y media-baja se estancaron y padecieron enormemente la posterior crisis del 2001, en tanto, las clases alta y media-alta se vieron inmersas en extraños ascensos sociales: el «country» ahora hacía confluir al «grasa» o «nuevo rico» con el histórico conservador aristócrata.

La ficticia posición del país en un supuesto primer mundo, posibilitó que muchos nóveles rockers accedieran a buenos instrumentos, equipos de amplificación importados y demás artículos que hasta hacia minutos, entendiendo la línea temporal onda Carl Sagan, eran sueños etéreos casi irrealizables. El viejo y querido rock que hasta hacía poco tiempo se había codeado con el jazz, el folklore y hasta el tango, algunos memoriosos recordarán la devoción que algunos músicos de rock sentían por Piazolla, ahora mutaba, se metamorfoseaba y se iba a los barrios, se autodenominaba “Rock chabón”.

De esas orgías de pizza con champagne nacieron engendros que aún pasean sus patéticos organismos por los mass media nacionales, sus ojos panópticos deformes nos siguen proyectando ensaladas de colas tres D, que se salen de la pantalla, son casi palpables, tanto para el ancianos como para el recién nacido, sin filtros, todo al alcance de los sentidos por la módica suma de la, permítaseme el vocablo, la gronchada celestial en avalancha.

En cuanto a la música, grupos como Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Divididos y Las Pelotas, entre otros, reinventaron los temas, pasando de la dictadura y similares a reflejar a la sociedad reformada o deformada, en este punto se recomienda al lector aplicar una visión artaudiana según su punto de vista.

A lo largo de la década se sumaron nuevos exponentes, provenientes del «Rock Chabón», «Rolinga», como Viejas Locas, Ratones Paranoicos; y otros de estilos distintos, como Los Fabulosos Cadillacs, La Portuaria, Kapanga, Los Cafres, Los Pericos y La Mississippi. Si bien algunos ya existían, fue en los ’90 donde les llegó su momento especial.

En esos años, también surgió un género impulsado por la noche joven: el «Nuevo Rock Nacional». Así, tomaron impulso grupos como Babasónicos, Juana la Loca, Los Brujos, Peligrosos Gorriones, El Otro Yo, Massacre, Fun People, etc. No todos tuvieron la trascendencia esperada, pero sin lugar a dudas ocuparon momentáneamente un espacio relevante y el tiempo fue el crudo testigo de su desaparición, en algunos casos bien marcados.

Pero no puedo soslayar la irrupción voraginosa de un género importado desde el Caribe, que hacía ya varias décadas se había empezado a gestar en la Córdoba de caderas bamboleantes y tomó mucha más fuerza en esos tiempos de gobierno del mediático caudillo. En pocos años, lo que antes era de Alcides, Lía Crucet, pasó a manos de Gilda, a grupos como Ráfaga, Sombras, Malagata, Luz Mala, Grupo Red, Grupo Green, y otros que representaron a la «movida tropical».

Hacia finales de los 90, el género se adaptó darwinescamente a la «cumbia villera» y fue preparando el terreno para que a inicios del 2000, el embrión gestado en las probetas primer mundo menemista, se hiciera carne en Damas Gratis, Pibes Chorros, Yerba Brava, Flor de Piedra, Supermerk2, Re Piola, etc.

No es complicado interpretar la transformación en el contenido del mensaje si tenemos en cuenta como el poder de turno, una vez más Foucault nos abofetea la mejilla, con su trivial e insípida ideología, modeló el destinatario social y lo condujo hacia una dudosa identidad intrascendente.

El desafío actual no es anclarse en lo que fue y pudo haber sido, no ensoñar con lo que el viento se llevó, no renegar de lo que el pasado depositó como un pesado lastre sobre los más profundos cimientos de la sociedad. El verdadero reto es sobrevolar sobre esos sedimentos tan profunda e intencionalmente inoculados en arquetipos antinómicos, que nos lesionan mortalmente y nos hacen deambular a tientas en las profundas aguas de una comunidad que se enfrenta a sí misma de manera absurda, dejando en el más oscuro olvido al otro.

A modo de conclusión y desde un punto de vista muy particular, prefiero ser el parlante que propague ese viejo grito de esperanza que se alzaba como un mantra en una vieja canción setentosa: “Aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor…Mañana es mejor”.

José Luis Lisi

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